jueves, 28 de marzo de 2013

Charly y la fábrica de enfermedades

A Charly nunca antes le habían gustado los perros.
Habían pasado cinco días desde la última vez que Charly había sostenido relaciones sexuales con su más reciente amante. Cinco días con fortísimos malestares en su área genital.
-¡Ya no aguanto estas pinches ronchas, cabrón! pensó en voz alta.
Tenía una infección genital en la zona específica que abarca del prepucio al glande, pequeñas burbujitas que producían un olor fétido, hongos al parecer, según un gran número de imágenes que arrojó el buscador de internet predeterminado que utilizaba.
En cierto foro web encontró una conversación de un usuario quién supuestamente se había recuperado del mismo tipo de infección, el procedimiento consistía en colocarse crema vaginal en el área afectada. En un inicio Charly creía que lo estaban trolleando, pero conforme avanzaban las horas su incertidumbre y desesperación lo llevaron a tomar la decisión de hurtar un poco de Canesten V del cuarto de su hermana mayor.
-¿Con tantito que me ponga no se me van a caer los huevos o sí?, pensó. 
Sin duda no contaba con lo que su decisión conllevaría. 
Unos días después comenzó a notar cómo la infección cedía poco a poco, ya solamente tenía algo de comezón y las burbujas en su zona erógena eran casi diminutas.  Sin embargo no era todo para Charly, si bien su infección estaba por desaparecer, algo en él le hacía creer que no todo estaba bien.  Su cuerpo había dejado de experimentar esa necesidad inaplazable de consumar el acto sexual, de compartir fluidos, gemidos y bacterias con otra persona. Actividad que a su corta edad era para él prácticamente una obligación. Ninguna de sus amantes le parecían atractivas últimamente. Algo lo estaba distrayendo.
En una ocasión intentó salir con Natashja, una antigua parejas sexual suya, era una simpática rubia aficionada a los caninos de pequeño tamaño.  Llevaba consigo a su mascota Steven, un perro de raza Chihuahua color negro con puntiagudas orejas y dentadura poco afilada, más bien del tipo chimuelo, de cola chueca y mal aliento.
A Charly nunca antes le habían gustado los perros.  
Pero cuándo miró por primera vez a Steven le pareció encantador.  Sus ojos se encendieron como faroles incandescentes, el palpitar de su corazón fue cada vez más intenso, comenzó a transpirar, su boca estaba seca y sus brazos y piernas tambaleaban.  El olor del cachorrito eran como feromonas para Charly, quién confundido pensaba:
-¿Qué me está pasando?, ¿cómo que me anda moviendo la hormona el pequeño Steven? Si yo con Natashja: ¡todo bien! ¡todo fine! Bueno, pero con una mordidita que le pégue no va a hacer daño ¿o si?
Charly aprovechó el momento en que Natashja salió al baño para saciar sus nuevas necesidades físico-emocionales.
Para cuándo volvió la rubia, el pobre Steven, con los ojos en blanco y sin aliento dormía plácidamente con la pierna derecha empapada de saliva.  Pero este solo era el inicio. Steven fue la punta del iceberg, Charly ya no paraba de pensar en cómo satisfacer su nueva extraña patología de mordisquear y dejar exhaustos a los perros sin parecer un demente viola canes.
Ya no podía ni salir a la tienda sin pensar en morder a alguno de esos indefensos animalitos que fueran apareciendo a su paso. El menor estímulo, como un ladrido, un gruñido, o simplemente el olor de su excremento aplastado en el piso era suficiente para volverlo completamente loco.  Hasta hizo el esfuerzo por asistir a un grupo de apoyo tipo Narcóticos Anónimos, pero de esos relacionados con la zoofilia, pero eso no le ayudó de mucho que digamos. De hecho solo le sirvió para llenarse de nuevas ideas de seducción canina.
A Charly nunca antes le habían gustado los perros.
Ahora vive con Steven en un departamento en los suburbios. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario