1.
Era una mañana no tan fría, sin embargo llovía, el ruido de
los espectros encarcelados en la bodega trasera y los ladridos de los
animalitos domésticos que habitan en la parte posterior de mi casa
me había hecho despertar. Con dolor de cabeza y mal aliento me
levanté del sitio donde reposaba mi cuerpo, me quité unas cuantas
lagañas, acompañado de leves ejercicios de estiramiento matutinos
seguidos de una taza de café transgénico. De entre mis posesiones
saqué mi frasco de pomada del tigre y del interior del mismo un
cigarrillo muy delgado forjado la noche anterior, posteriormente me
coloqué en la bolsa del pantalón. Con la taza de café en la otra
mano salí a ver pasaba con mis perros, que aún ladrando me
comunican instintivamente sus hallazgos, o algo que parecía de suma
importancia para ellos, mismos que permanecían mojados por la
lluvia. Y allí estaban los cinco: Pierre, el viejo sabueso;
Sergei, el pelirrojo mordelón; Ferdinando, el cauteloso
cachorro albino; Umberto, el perezoso glotón,
y Ella, la valiente matriarca. Todos ladrando y gimiendo,
excepto Ferdinando, quien llevaba un hueso con lombrices en el
hocico. Ella saltaba y me miraba fijamente, mientras Pierre
y Sergei intensificaban sus ladridos para llamar mi
atención, seguidos de algunas onomatopeyas caninas indescifrables en
ese momento. Lo que me hizo recordar el sueño del que acababa de
despertar. 2. Me hallaba corriendo en línea recta sin razón
aparente, de pronto me di cuenta que me seguía muy de cerca una
jauría de cánidos salvajes con rabia, lo que me obligó a acelerar
el paso al unísono del palpitar de mi corazón. Corría y corría,
respirando un olor fétido mientras mis pisadas levantaban lodo y
excremento de quién sabe cuántas especies que alguna vez habitaron
ese bosque lúgubre y nauseabundo. Pensé en aprovechar la distancia
que les llevaba y así parar a respirar, pero el olor era realmente
repugnante y putrefacto*, solo conseguí vomitar una ligera porción
de papa con habichuelas, esperando estúpidamente que alguno de mis
perseguidores se resbalara con el. Al parecer fracasé. Nuestra
distancia se redujo considerablemente lo que aceleró de nueva cuenta
el latir en mi pecho. Cuando estuve verdaderamente cerca de ellos y
mientras creaba una imagen mental de mi final, como un último
suspiro desesperado me postré en cuatro patas y avancé imitando el
paso de ellos. Como otro cánido más, me sentía libre y ligero, mi
composición anatómica se había modificado, presumo que estaba
aprendiendo a moverme en los sueños. Mi cuerpo ya no era el mío,
mis pies y manos se habían convertido en cuatro patas largas y
fuertes, una gruesa cola que me ayudaba a mantener el equilibrio me
brotó espontáneamente, de igual manera hocico, orejas, garras. Los
trapos que vestía se volvieron una confortable capa de piel y
cabello. Un gastado hueso apareció en mi nuevo hocico. En ese
momento no le tomé importancia y lo mordí para hacer presión y
aferrarme a un objeto. No paraba de correr aunque me
encontraba exhausto. La ganga que venía tras mi era encabezada por
un experimentado general de batallas, un viejo Labrador Retriever,
experto en persecuciones y con excelente cardio. Me seguían: lobos,
coyotes, perros, zorros, chacales y un tanuki de medio metro.
Realmente no entendía bien lo que sucedía, solo apreté el hueso en
mi boca y corrí hasta que no pude más, fue cuando en un descuido
tropecé con un trozo de árbol muerto y caí. Me arrastrè unos
cuantos metros, los cuales fueron aprovechados por mi cazador. -Io
sono Generali Massimo Horkheimer- me dijo en suizo según él,
entonces me saludó con una mordida quirúrgica en mi patita
izquierda. Miré con asombro cómo un delgado chorro de sangre
brotaba y me saqué fuerte de onda, pues ósea en el sueño. -Mi
madre era una Terrier de la alta burguesía suiza y mi padre un
médico brujo amerindio. Interrumpí con una risa y el hueso en la
boca, -osea, para empezar, ¿no son perros todos? ¿Los perros
hablan? Y bueno, omitiendo ese pequeño detalle, entonces ¿por qué
me hablas en italiano y luego en español? Esto no tiene sentido.
General... ¿de dónde? o ¿qué? y además, ¿quién ha preguntado
por tu familia? Me tiene sin cuidado, ¿sabes? Perro mitómano- con
voz tosca le dije, mientras despacito lamía mi herida. -!Cállate el
hocico!, me dijo, un tanto indignado. Escupió un poco de mi sangre,
le había parecido muy amarga, lo noté por las muecas en su arrugado
rostro. -Asquerosa sangre humanoide, consumiste de la planta ¿verdad?
-Obvio, every day- le respondí muy seguro todavía con el
hueso en el hocico, pero con una madre de miedo. Creo que ya me había
excedido con el comentario anterior sobre su familia. Quise sacarle
plática para atenuar la situación y pensar en un plan para escapar
o simplemente para evitar que se derramara más sangre, la mía
primordialmente. Evadir mordidas era mi meta. Estaba a fin de cuentas
rodeado y acechado por la jauría de cánidos que presenciaban
atentos la conversación, me percaté que buscaban el hueso y
esperaban órdenes del supuesto general Horkeimer. -Tu mugrosa sangre
me está paralizando la lengua, lo cual no es un buen signo,
pronto no podré pronunciar más palabras por un buen tiempo, debido
a ese veneno en tu sangre, el hueso de la semiosis te ha llamado para
que despiertes el sentido de la ultralingüística
y metacomunicación entre seres del reino animal, con especialidad en
cánidos. Fue una casualidad que hubieras sido tú, muchacho. Te
habría arrancado una pierna de haber querido, simplemente me dejé
llevar por la casualidad arbitraria. Y mira tienes suerte, no vas a
morir, no en ésta ocasión. Solo recuerda que debes mantener un
equilibrio en tus acciones en el mundo o reino que te encuentres,
posteriormente podrás reaccionar y transitar entre ellos sin
peligro, aunque ahora que te he mordido eres susceptible a quedar
atrapado en este mundo, te queda poco tiempo, tienes que ser astuto y
cauteloso, sin embargo deberás ser ágil y fuerte. No le había
entendido. -Que sueño tán loco, pensé. El vato me empezó a hablar
sobre su reino y cosas que parecían muy importantes, como sobre el
hueso que llevaba en el hocico y que llevaron a esta situación. Que
si el contacto con otros reinos, mundos de los sueños, el camino de
vuelta a casa, el ultralenguaje y metacomunicación y transmutación
interespecie. Conceptos no aplicables el mundo humanoide al que
pertenezco. Por alguna razón estaba allí escuchando un montón de
cosas que no me imaginaba, todo sonaba tan dañado, que mi lógica
estaba sufriendo daños trascendentales. -Mira, muchacho, el hueso
que portas es un resto fósil de Bertil IV, el legendario
guerrero de la I orden de la ultra-semiosis cánida, quién sostenía
viajes a otros mundos inimaginables a través del control del sueño
y el metalenguaje. Al menos es lo que se cuenta. Desde el nacimiento,
sin saberlo, cada quién elige una una especie animal con la que se
siente más cómodo para transitar entre los reinos, parece que tú
nos has elegido a nosotros, o viceversa. Aunque, talvez solo sea
producto de tu esquizoide mente residual. Sea como sea. Recuerda
siempre estos tres factores esenciales para que logres despertarlo:
1. Hueso, 2. Saliva, 3. Planta. Lo Primero que debes hacer es
encontrar la planta y luego lo entenderás.
3.
Desperté del sueño y los perros ladraban. Los cinco al unísono
me llamaban, salí con el café y el cigarrillo en una bolsa y en la
otra un encendedor. La bodega trasera carecía de energía eléctrica
por lo que encendí una veladora de la virgen de san juan de los
lagos, a mi abuelo no le gustaba mucho rezarle a la otra virgen, la
guadalupana le parecía muy guarra, muy morena. Los animalitos
seguían ladrando, no se miraba muy bien ni con la llama de la
veladora, el techo goteaba por la lluvia que cada vez incrementaba su
intensidad. Caminé por el almacén con la veladora en la mano, los
perros se habían quedado en la entrada, en una reacción que
interpreté como de miedo, sobretodo porque Ferdinando (el más
precavido de los cinco), el perro cobarde, fue el primero en
retroceder y dar vueltas como león en jaula. Así seguí un rato,
buscando, sin encontrar nada, me salí a la entrada, pero los perros
todavía ladraban, me di cuenta que Ferdinando llevaba un hueso en el
hocico y se lo quité, le hice una finta como que lo arrojaba, pero
en realidad lo metí entre el elástico del bóxer que llevaba puesto
y mi piel, recordé el sueño que había tenido y con el mechero
prendí el flaquito que llevaba en la bolsa y me comencé a
deleitarme con el humo. Instintivamente todos entramos a la bodega,
al atravesar la puerta, ésta se alejaba lentamente y todo se volvió
un escenario obscuro e inmenso. -Ahora entiendo.- sin escepticismo
pensé.
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